Los ángeles existen. Son emisarios de Dios, seres sutiles
a los que no podemos ver, pero ellos no nos pierden de vista, nos protegen de
los peligros en el camino de la vida; a veces nos permiten imitarlos y nos dan
la oportunidad de reemplazarlos, y aunque sea por un instante fugaz nos
convertimos en el “ángel” de alguien, quien alborozado lo reconoce y exclama:
¡Eres un ángel”. Y así es en verdad.
Si usted examina su vida y aguza la memoria,
seguro que emergerá una escena agradable, de ésas mal llamadas casualidades
—que son propiamente “diosidades”—-, seguramente confirmará que en muchas
ocasiones ha sido usted un ángel para alguien, y otras tantas ha tenido la
fortuna de encontrarse con “angelitos de carne y hueso”, como el que me auxilió
hace varios años en El Palmetto.
El sol reverberaba sobre el pavimento un mediodía de agosto en un tramo del
Palmetto (vía rápida) muy cerca de la salida a la 27 Avenida del Noroeste de
Miami donde debía asistir a una reunión importante. De repente el chasquido
característico de una llanta pinchada, me obligó a detener la marcha de mi
Toyota y constatar el desperfecto. A pleno sol, el mercurio llegando a los 100º
F., a sólo media milla de distancia de mi destino final y con mi tarjeta Triple
A (*) en mi cartera, me sentí en total desamparo, aunque tenía a mi favor el que
era de día y había podido aparcar en el extremo derecho de la vía, sabía que me
esperaba un mal rato, aun cuando tuviera la suerte de que algún buen samaritano
provisto de teléfono celular se decidiera a detenerse y brindarme ayuda.
(*)La
Triple (AAA) —compañía de auxilio para conductores en calles y carreteras, casi
nunca llega rápido y cuando menos hay que esperar una hora para el rescate—.
Los húmedos vapores del verano nublaban mis lentes, pero mi brújula interior,
me indicó que apelara al que a veces acude a nuestro auxilio con la velocidad
del pensamiento. Y fue tal el sentimiento que imprimí a mi plegaria, mientras
me enjugaba el sudor y limpiaba mis lentes al implorar mentalmente: “Señor, mándame
un ángel”. No hizo falta más. Impulsada por ese no se qué indescifrable:
intuición o sexto sentido, quizás, tendí la mirada hacia la derecha de la vía
paralela al expressway la cual está separada por una valla alambrada de metro y
medio de alto. Un joven moreno de mediana estatura, complexión atlética, de
unos 30 años, que caminaba por allí, como caído del cielo se detuvo, me sonrió
y preguntó:
−Are you Okay, lady? What
happened? Can I do something for you?
La
oportuna y súbita aparición y su amable ofrecimiento de ayuda logró devolverme
la calma y responderle:
−Thank you very much. I am OK,
but the front right tire is flat, could you help me to change it, please?
− Of course, if you have a spare
tire there is no problem.
− Oh! Thanks. You don`t know how
much I will appreciate your help…
Acto
seguido, el joven puso en el suelo dos bolsas pesadas que cargaba. Con una
agilidad pasmosa se impulsó y saltó la red metálica, mientras yo abría la
valijera del carro para sacar la llanta de repuesto y las herramientas
necesarias. Sin dejar de sonreír, el joven, cambió el caucho averiado en un
santiamén.
Cuando
abrí la cartera para obsequiarle una propina, el joven detuvo mi mano con la
suya con un gesto firme, pero suave, se negó a recibir dinero, y a darme su
nombre, sólo aceptó la toalla que le ofrecí para limpiarse las manos y el sudor
que bañaba su rostro; siempre iluminado por su blanca sonrisa y en el que
reflejaba la alegría de haber realizado una buena acción. Y después sellamos el
encuentro fortuito con un fuerte apretón de manos e intercambiamos las típicas
frases de cortesía norteamericanas: “take care”, “have a nice day , “God bless
you”, bye, bye... Él se impulsó de nuevo para traspasar la cerca de alambre,
recogió sus bolsas y siguió su camino.
No
se le veían alas, desde luego; pero las tenía, si no ¿cómo pudo de manera tan
fácil con un solo movimiento alzarse en el aire y salvar la valla que nos
separaba? Indiscutiblemente era un Angelito Negro, el que en el Palmetto, un
mediodía veraniego transformó lo que al principio yo consideré iba a ser un mal
momento, en un singular episodio de mi vida que siempre acude a mi mente a la
hora de cualquier reto y me levanta el ánimo: La expresiva y dulce mirada del
negrito de ojos negros, largas y crespas pestañas, de amplia sonrisa y alma
blanca, ángel con alas ocultas, que me enseñó que la bondad puede encerrarse en
cualquier color de piel; quizás fue uno de los angelitos que habiendo sido
dejado fuera del lienzo de un “pintor de santos de alcoba”, inspiró el reclamo
que a éste le hiciera el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco en su famoso poema
“Angelitos Negros”: ¿Por qué al pintar en tus cuadros/ te olvidaste de los
negros?
Y
recordando el bolero, —que, con música del compositor mexicano Manuel Alvarez,
“Maciste”, inmortalizaron Pedro Infante, Toña la Negra, Alfonso Ortiz Tirado,
Antonio Machín, Leo Marini, Alfredo Sadel y Xiomara Alfaro, en el siglo pasado
y se convirtió en un clásico de la música latinoamericana—, llegué a tiempo a
mi destino con el corazón henchido de gozo, agradeciendo al cielo el
providencial envío del joven afroamericano que gentilmente con su gesto había
validado una vez más la aseveración del recordado Andrés Eloy: “que también se
van al cielo todos los negritos buenos”.
Siempre hay alguien dispuesto a ser angel... hay veces que los rechazamos...anque los pidamos. Muy buen relato
ReplyDeleteMuy merecido tiene mi grande y entrañable amiga Emma, de que los angeles la asistan en cualquier circunstancia. Ella con su gran sensibilidad los atrae.
ReplyDeleteOrgullosas hijas de León Santiago de los Caballeros, una perfecta unión de recuerdos, fe, palabras, arte y música.
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