Lampedusa: Que todo cambie para que nada cambie.
Jean Monnet: Los hombres no aceptan el cambio más que en la necesidad y no ven la necesidad más que en la crisis.
Porfirio J Gómez
07-09-21
Después de que el presidente mexicano López Obrador demandara a la monarquía española para que pidiese perdón por los actos que acontecieron durante la conquista y la colonia, con sus consecuencias, presencié por televisión al escritor Arturo Pérez Reverte referirse al poder hegemónico de España en América que duró 300 años. Terminadas las guerras de los sublevados, el imperio se disolvió en una veintena de naciones anárquicas y el plan de Bolívar por una federación de estados hispanoamericanos no pasó de un sueño (como también se malogró la Federación de las Provincias Unidas de América Central), a causa de la falta de solidaridad, la sobrada envidia, la traición obtusa, la saña contra el que piensa diferente, la rapiña desenfrenada y el sabotaje a toda pretendida unión, males que hasta la fecha, después de 200 años, sirvieron de lastre para poder gobernarse a sí mismas, subraya el escritor murciano y, por lo tanto, no cabe cargar toda la culpa a España.
¿Participó el pueblo llano en la construcción de las nuevas naciones? Por supuesto que no, salvo el de proveer reclutas, para morir en el anonimato, en las guerras civiles de caudillos torpes y esperpentos. El pueblo no tuvo más remedio que cambiar de patrón, bajo el peso de una oligarquía criolla ilustrada y confesional, y de unos caciques locales matreros, mientras los menos favorecidos han sido y, como ahora, están abandonados a su suerte. El cambio resultó en que todo debía permanecer igual o peor.
Dentro de este panorama, atrabiliario y oprobioso, se circunscribe la historia de cada nación de este Nuevo Mundo. Naciones en busca de su propia identidad, frágiles e inseguras en su devenir, pese al avance de la modernidad. Es también la historia de Nicaragua, dislocada, dramática y patética hasta hoy. La historia de Nicaragua que ha sido escrita y re-escrita por los ideólogos del momento, sin contexto, con escenarios vacíos y a capricho del poderoso de turno, que pugna por apologizar “sus hazañas” sin mirar la fea realidad que le rodea, a espaldas del pasado y destruyendo el legado del mestizaje. Son los inquisidores de nuevo cuño, esos que se creen dueños de la vida y reparten la muerte con odio visceral.
¿Qué pasó, doliente Patria, del vergel tropical que absortos y admirados los españoles confundieron con el paraíso? El cronista Pascual de Andagoya describió a Nicaragua como el paraíso de Mahoma, con sus plácidos lagos y rugientes volcanes. ¿Y qué tenemos hoy después de 200 años de gobiernos “independientes”? Ni siquiera hemos tenido el esmero de proteger la geografía, el ambiente natural y la población. Hemos vivido de espaldas al pasado sin rescatar sus lecciones, la historia la hemos retorcido al punto de olvidarla entre los escombros y el asedio, como expresó el poeta Pablo Antonio Cuadra, abogando por rehacer la historia de nuestra identidad, tarea que ha sido el norte del Dr. Jaime Incer, y no solo la historia sino también el marco territorial y étnico.
Impenitentes como somos, nos parece racional vivir entre las patas de los caballos, del lado de uno o de otro poder hegemónico, según convenga al gobernante, más dictador que estadista, y aun así hablamos de soberanía. Lo cierto es que no hemos podido darnos, en 200 años, un gobierno republicano y democrático que supere el problema del atraso y la pobreza, a través de la educación y la información, del diálogo, el debate y el consenso, del reconocimiento de “el otro”, con todas sus prerrogativas como ciudadano libre y pensante. Y de este modo alcanzar el respeto y el reconocimiento de todo el mundo. Porque “si la Patria es pequeña, uno grande la sueña”. Sin embargo, en lugar de ser constructores de un país fuerte y generoso, con justicia y equidad, nos complace menoscabar la dignidad del adversario y ejercer el papel de jueces y verdugos, no solo en política partidaria sino en todos los estamentos de la sociedad. Entonces, necesitamos cambiar, transformarnos, para que todo cambie sin solución de continuidad.<>
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