LA PUERTA NEGRA
Por Clementina Rivas Franco
Treinta años llevaba repartiendo el correo
por calles, avenidas y callejones sin encontrar ningún tropiezo o alteración en
las direcciones, nombres ni apellidos; pero en esta ocasión, al hacer la
selección de las cartas se encontró con un problema… Ante sus ojos tenía un
sobre amarillo sin remitente, ni destinatario por quien preguntar. La
dirección, era la siguiente: Final de la Calle Central Este 3020, segundo piso
«La Puerta Negra». Dispuesto a no darse por vencido partió veloz con su bolsón
de correspondencia al hombro, y en su boca el tarareo incesante de sus
canciones románticas, boleros y tangos que lo identificaban en el sector como
el cartero feliz.
Así, durante todo el día fue repartiendo la
correspondencia golpeando puertas, subiendo y bajando escaleras, hasta que a
eso de las cuatro de la tarde se percató que ya estaba casi
al final de la calle indicada en el último sobre por entregar; contento y sin
prisa comenzó a cantar los números de las casas: 30l4; 30l5; 3016; 30; 30…
¡Aquí está el 3020!: Veloz subió de dos en dos las escaleras para buscar en el
segundo piso, la famosa «Puerta Negra» Pero, para sorpresa suya, vio que todas
eran negras; dando prisa a su curiosidad, golpeó la puerta doble que le pareció
era la principal, y como no obtuvo respuesta, la haló con cuidado encontrándose
que estaba frente a una gran sala de teatro repleta de espectadores. Sin
pensarlo buscó asiento en las butacas de la última fila con la intención de
sentarse a ver la obra.
Sin embargo, lo
acogedor de las sillas y el brrish
brrish del aire lo hicieron dormir profundamente, hasta que
los atronadores aplausos, ¡hurras!, y comentarios del público lo despertaron al
tiempo que se encendían las luces y caía el
telón. El cartero con pesar vio a derecha e izquierda, se puso de
pie y, echándose su bolsón vacío al hombro abandonó el teatro
a toda prisa.
Ya en la calle
dio de nuevo un vistazo al sobre pendiente
de entrega constatando que todo estaba en regla. Pero cuando
se disponía a retirarse del lugar, un parpadeo de luces rojas y
amarillas lo obligó a echar una mirada hacia lo alto y vio que la luminosidad
provenía de una gran marquesina, donde con danzarinas y llamativas luces de neón
se anunciaba el súper estreno de la obra de
teatro «LA PUERTA NEGRA»
¡Jajajá jajajá jejé! Riéndose
por la broma que le habían jugado, enrumbó los pasos
hacia su casa preguntándose quién había sido el
gracioso que, anónimamente, lo había invitado a entrar en la famosa puerta
negra.
Clementina Rivas Franco (publicado EN LA
PRENSA LIT. DOM.26 de junio
Montreal, 24 de Junio’2010
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