No le costó trabajo abrirse paso entre la muchedumbre. ¿Le habría servido de intrasmisible su estampa juvenil, su pelo caoba alborotado por la brisa, o la determinación que la ilusión ponía en su mirada? A lo mejor. Aunque para decir verdad, una ola de camaradería envolvía a la gente agrupada a la orilla del puerto de La Habana Vieja esa mañana.
Lo cierto es que la muchacha se ubicó cómodamente en la segunda fila de espectadores que esperaban la llegada a Cuba del primer crucero proveniente de Estados Unidos en más de 40 años. Todos los ojos puestos en el mar que, una vez más, participaba en montar la historia de la isla.
La Guerra Fría había establecido una tumultuosa relación entre ambos países convirtiendo el Estrecho de la Florida en teatro del horror. Desde el triunfo de la revolución cubana, miles de balseros se habían jugado la vida tratando de cruzarlo en busca de libertad y oportunidades; muchos de ellos solamente para sucumbir en el propósito víctimas de lo precario de sus provisiones y embarcaciones. Muy al contrario al trasatlántico que ese lunes 2 de mayo del 2016 surcaba las aguas bajo un diáfano cielo azul.
El buque enfiló por la entrada a la Bahía de La Habana. El sonido de su bocina arrancó gritos de emoción tanto entre las personas que esperaban en el muelle, como entre las que saludaban desde cubierta. Decenas de banderas de ambos países ondeaban proclamando ¡AMIGOS NUEVAMENTE!
Unas cuantas horas después, tripulantes y pasajeros del “Fathom Adonia” descendían conmovidos. La terminal portuaria Sierra Maestra explotaba de alegría dando la bienvenida a los visitantes con música de salsa, bailarines de ritmos cubano-africanos y cocteles de ron.
— ¿Vendría? —Se preguntaba la joven. Hasta última hora habían corrido rumores de que nadie de ascendencia cubana seria permitido entrar a la isla por mar; la incertidumbre le entreabría los labios carnosos mientras se concentraba en leer los letreros que desplegaban algunos de los pasajeros.
Al fin, vio el que le interesaba: ¿Magda? -Indagaba la pancarta-.
Salió disparada. El abrió los brazos para recibirla.
Fue un abrazo largo. Punzante y rabioso al principio -como el tiempo que habían tenido que esperar para encontrarse-, cálido, intenso y emotivo después -como sus presentes esperanzas…
Tras más de medio siglo de enfrentamientos ideológicos, Barack Obama, Presidente de Estados Unidos de Norteamérica, en una confirmación estelar a su galardón de Nobel de la Paz (2009), había propuesto a Cuba una apertura. Por su parte, el Presidente Raúl Castro aceptó la idea. “… esta decisión del Presidente Obama merece el respeto y reconocimiento de nuestro pueblo”, manifestó en un discurso.
Al fin la pareja se separó un tanto…
— “¡Mi niña!” —balbuceó él.
— “¡Abuelo!” —gimió ella.
Todavía entrelazados, con los rostros frente a frente por primera vez, ambos saboreaban el momento. El, adentrándose en el pasado, deseaba acariciar con la mirada cada palmo de la amada ciudad de sus recuerdos. Ella, cara al futuro, oteaba el horizonte soñando un mañana cargado de promesas. El sol arrancaba brillantes destellos al agua, rivales en fulgor a las ilusiones que iluminaban los ojos de la joven y al brillo de las lágrimas del viejo.
—"Ellos ya pueden venir, ahora queda que nosotros podamos salir” —comentó alguien entre el público.
—“No será fácil, pero podremos” —aseguró en voz alta Magda, recordando el discurso de Obama durante su visita a La Habana.
Ecos de música cubano africana seguían inundando el aire de optimismo.
Camarillo, California
Mayo, 2016
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